– ¿Tú tampoco duermes?. Es Joaquín quien me pregunta
– No, me resulta difícil con éste calor, le contesto.
– El calor no ayuda, pero ¿dices calor? Sólo hay 19o , Elio
– Pues será otra la causa.
Elio hace una pausa. Su rostro, poco dado a sonreir en los últimos días, muestra que algo le preocupa.
-Tal vez sea, prosigue, algo que desde hace un tiempo no abandona mi cabeza y, aunque trato de aplicar la paciencia en favor mío y llenarla con proyectos y actos que me tengan ocupado cada momento del día, no consigo erradicarlo. Se presentan muy claras las palabras escuchadas hace un tiempo y el sentimiento de incomprensión las acrecienta, dándoles una importancia que no tienen, tal vez, a pesar del tono y del momento en que se expresaron. No lo sé y, si no es así, prefiero no darle vueltas para no caer en juicio que sólo me llevará a aumentar la inquietud. Todo juicio es injusto por naturaleza.
Lo que más me ayuda es volver al estudio, alguna que otra manualidad para distraer la cabeza y descansar. No responder cuando se debe a las injusticias es más agotador que el enfrentamiento lógico en respuesta a las mismas, pero es verdad que al camino de la serenidad se llega por la paciencia, evitando caer en ése precipicio del alma que es la ira, la peor de las pasiones, según nuestro contemporáneo Séneca, y el descanso es muy reparador.
-Resulta difícil seguirte, Elio. Tus razones tendrás para expresarte de éste modo. Me consta que andas a vueltas entre temas de los últimos tiempos, tanto en torno a tu intimidad como en tu actividad relacionada con nuestra ciudad. Si hablar te lleva al descanso en tu interior, hablemos.
– ¡Cómo me conoces! Quizá lo más fácil sea hablar de los aconteceres en nuestra ciudad. Posiblemente con ello restemos importancia a lo que desalienta mi ánimo realmente.
Has visto la actividad que ha habido en torno a la zona residencial, donde habitan quienes gobiernan nuestras vidas con sus ambiciones y deseos de gloria. A la presencia de estudiosos de nuestra Historia se han sumado quienes, revestidos de toga de color blanco crudo – qué lejos del blanco puro distintivo de candidez de que quien la viste con honestidad – quieren que sus voces se impongan por razón de los hechos, egoístas las más de las veces, a la de quienes sólo quieren saber para mostrar que, en el futuro, cada rincón, cada vestigio hallado, recordará que fuimos capaces de crear una cultura que pervivirá más allá de las predicciones de la Sibila.
-Por fortuna vives en un tiempo, y yo trato de hacerme un hueco en él, en el que la herencia malquerida helena, es el motivo de vuestra fortaleza. Bien es verdad que las legiones y sus generales “muestran razones” para el “convencimiento y aceptación de vuestra cultura”, pero no es menos cierto, por lo que voy sabiendo, que fue el empeño de predecesores vuestros, Julio César entre ellos, que vieron que las viejas virtudes nunca debieron soslayarse, que en ellas radica la verdadera fuerza de vuestra sociedad, tan extrapolable a la mía.
– He oído muchas cosas, sí. Algunas me sonrojan y hacen crecer mi vergüenza ajena. ¡Que arrogancia! ¡Cuánta desvergüenza al atribuirse méritos que en sus bocas suenan vacíos pues que no saben el esfuerzo que conlleva el ser merecedores de ellos! Cuanto más hablan, más dejan entrever su ignorancia.
De haber leído con humildad y curiosidad a Aristóteles, quien en Política 1296ª, 13-14, dice: “…Es evidente que el régimen de tipo medio es el mejor, pues es el único libre de sediciones. Donde la clase media es numerosa es donde menos se producen sediciones y discordias entre los ciudadanos. Y las grandes ciudades están más libres de sediciones por la misma causa, porque la clase media es numerosa; en cambio, en las pequeñas es más fácil que todos los ciudadanos se dividan en dos clases, de modo que no quede nada en medio de ellas, y casi todos o son pobres o ricos”.
¡Que los dioses nos libren de éste tipo de magistrados!
-Muy de acuerdo contigo, Elio, en todo, aunque la esperanza nos mantiene con el ánimo realista pero optimista por la creencia de que un cambio siempre es posible para establecer y trabajar en objetivos plausibles.
Pero yo creo que no querías hablar “principalmente” de éstas cuestiones tan mundanas ¿Cierto?
-Cierto, pero déjame que las cosas del corazón las tratemos menos en público. En éste Foro todo se sabe enseguida y se divulga y ¡a saber a qué oídos llega y cuáles son las entendederas!
Lo que me abruma y me ha hecho pensar más es cómo los humanos somos dados a “estallar” contra quienes más nos quieren al dejarnos llevar por la ira, que no es más que la manifestación de nuestro descontrol interior que busca culpables fuera de sí mismo.
Lo he comentado con otros amigos no menos importantes que tu – tú eres el primero entre mis confidentes – y en todos he hallado comprensión sincera.
Hasta aquí creo que es prudente decir.
-¿Y me vas a dejar “in albis”? ¿no me puedes decir nada más? ¿No crees que es injusto, Elio?
– Puedo decirte más, pero deja que sean sólo cuestiones que los antiguos dejaron escrito. En ellos es difícil encontrar “tendencias”.
Marco Aurelio, el emperador filósofo, decía de la ira que “… es la emoción que más nos domina, como un dragón que se apodera de nosotros y nos invita a atacar, un fuego que nos quema”. Aprender a gestionarla antes que ella nos gestione es importante, pues cualquier persona que consigue enfadarnos, lamentablemente se convierte en nuestro dueño.
-No sólo los antiguos, Elio. Según la psicóloga Izar, “…la ira es una respuesta primaria del organismo”
Antes, en el siglo XIII Santo Tomás de Aquino, escribiría que “…la ira busca causar daño a otro, en lo que podría ser una “justa vindicatio” (sólo reclamar) como retribución a algún perjuicio percibido como injusto por parte de quien se irrita”
-Quedémonos, si te parece, con nuestros gobernantes, pues veo en tu cara que ya estás diciendo demasiado de lo que no quieres hablar.
-Mejor, tendremos otros momentos para comentar nuestras intimidades. Aunque déjame que te diga sólo una cosa más al respecto.
En mi infancia, época retrógrada para los necios de mi tiempo pero rica en deseos de volver a las “viejas tradiciones” (mores maiorum julianas) que nos recuerda nuestro humanismo vinculado a una creencia religiosa de la cual hoy se abomina por considerarla alienante, había un librito de obligado estudio que llamaban Catecismo (Hoy lo hay, más extenso en su doctrina). En él se podía leer que a los “pecados capitales” se oponían unas virtudes. Siendo considerada la Ira un mal, pecado, importante, capital, la paciencia se imponía como la mejor salida para no acrecentar el mal que produce la ira y yo añadiría que la paciencia acompañada de la comprensión no sólo evita que aquella se desarrolle y crezca, si no que provoca en quien aplica la virtud, un efecto bálsamo que apacigua el deseo de respuesta ante la acción, claramente cargada de injusticia, de la persona que se irrita.
-Vale. Pues hablemos de nuestros gobernantes, pero otro día. No me parece que sea el mejor momento ahora.
-No, no creo. Yo te diría que es incluso imprudente. Hablar de sus mentiras, de su deseo de manipulación de las gentes en beneficio propio – lo que menos les importa somos nosotros – puede ser un tema a tocar, como siempre, fijándonos en la sociedad que te tocó vivir, Elio. En Los Bañales se debió cumplir muy bien, como hoy, lo que decía Aristóteles y que ya hemos apuntado más arriba: “…en las pequeñas (ciudades, los Bañales lo es) es más fácil que todos los ciudadanos se dividan en dos clases, de modo que no quede nada en medio de ellas, y casi todos o son pobres o ricos”
Personalmente me considero fuera de lugar porque entiendo que soy ésa clase media que, como si se tratara de una puesta en práctica de la Utopia, trabajo para los gobernantes y para quienes me defienden, aunque esto último sólo se produzca de soslayo.