Querido Elio, ¡Qué jaleo ayer! ¿No nos oíste? ¡Pues éramos cerca de 200! Claro que estábamos en Layana y El Pueyo taparía los ecos de la fiesta que supuso inaugurar un Museo donde se muestra, entre otros objetos hallados, la escápula árabe que apareció en muro de una de las viviendas de tu poblado ¡Que gozo! Lo considero un homenaje a mi hijo mayor porque, aunque en una excavación somos equipo quienes trabajamos en ella, lo cierto es que ése hallazgo lo hicimos, por casualidad, un día en que ambos, mi hijo Joaquín y yo, andábamos por tu territorio, solos.
Fue una alegría para todos los que arañábamos la tierra buscando vuestra Historia. Un hallazgo único, extraordinario.
Lo de ayer, la inauguración me refiero, y el repaso que hago a todas las visitas que tengo previstas éste mes de Marzo, vienen en un momento muy especial en lo personal.
En algún momento te he dicho que no creo en los augurios. Si algo he de creer es en el hecho de que los caminos por los que vamos no son casuales, más bien son causales, consecuencia de nuestro proceder anterior, no en vano abro la puerta a pensar lo que quieras pues los hechos son los hechos y los sentimientos nuestros compañeros, y estos…cuentan.
Desde principios de año tengo la sensación de finitud respecto a lo que me rodea, es como si sintiera pasar hojas de mi libro de la vida a más velocidad de la que mis ojos pueden leer su contenido y eso me abruma. Es, le decía ayer a un hijo, como ése efecto que produce el cohete que con su fuego artificial deslumbra nuestra vista instantes antes de explotar y desaparecer, no quedando de él más que un efímero sentimiento de maravilla inexplicable… y pasamos a dejarnos llevar por otro resplandor hasta que, al final, la colección se acaba y la oscuridad nos invade.
En ése vacío que se produce al faltar la luz, se echa la vista atrás y vienen a nuestra memoria hechos paralelos, lejanos, pero muy vivos, y nos abandonamos en el recuerdo.
Es el caso que hace muchos años, unos cuarenta, viví un momento álgido de mi existencia y vocación que se desvaneció de la noche a la mañana por razones que no vienen al caso, aunque no sea más que por salud mental, como se suele decir modernamente. Yo prefiero decir que lo que no me genera paz interior no es de Dios y lo aparco, cuando no lo abandono.
Otro momento de esos que muestran un antes y un después en nuestra existencia fue la muerte de mi esposa. Buscando explicación a lo que se nos presenta como inexplicable, alguien me recomendó leer, leer una novela en concreto: “Donde el corazón te lleve”, Susana Tamaro, Seix Barral 1994.
Respecto al primer caso creo que lo estoy viviendo de nuevo rogando que cuando el cohete, tras su refulgente estallido se desprenda de la caña que le ayudó a subir recto ésta no me caiga encima y dañe. Para ello lo mejor es poner distancia emocional, crear un escudo, convenciéndome de que siempre habrá un antes y un después de la luminosidad artificial en mi existencia.
Paralelo a éste sentimiento, como reviviendo el segundo caso, busco en mi biblioteca la novelita que un día me hizo bien, como bálsamo que suavice el malestar interior y de ella, leo y copio:
“… Hay cosas que sólo se pueden entender a cierta edad y no antes; entre éstas, la relación con la casa y con todo lo que hay dentro y fuera de ella. A los sesenta o setenta años – los de la protagonista de la novela – repentinamente entiendes que el jardín y la casa ya no son un jardín y una casa donde vives por comodidad, o por azar, o porque son bellos, sino que son tu jardín y tu casa, te pertenecen de la misma manera que la concha pertenece al molusco que vive en su interior. Has formado la concha con tus sensaciones, en sus capas concéntricas está grabada tu historia: la casa-cascarón te envuelve, está sobre ti, alrededor, tal vez ni siquiera la muerte pueda librarla de tu presencia, de las alegrías y sufrimientos que has sentido en su interior”
La protagonista escribe esto a su nieta ausente mientras contempla por la ventana otoñal un jardín de hojas secas dispersas desordenado, aunque bello en su desorden, sin poder evitar pensar que ése jardín es copia del suyo interior, sin centro, sin orden, desorientado y que al igual que la visión a ella le produce inquietud y le abruma la impotencia de no sentirse con fuerza para cambiar lo que parece inevitable, espera de los demás que sean sensibles a su desorden interior y pide callada ayuda pues es obvio que la precisa, sin alharacas, sencilla, delicada, dada la fragilidad a la que ha llegado. Sabe la protagonista que su escrito quizá no llegue a destino, o lo que es peor, que llegue cuando ya no sea posible dialogar. Es lo que tiene la ausencia: está llena de deseos y conversaciones incumplidos para los que se quedan.
Las arrugas que aparecen cuando alcanzas una edad son como las hojas de los árboles, pocas veces se piensa que bajo la tierra existen tantas raíces como ramas sustentan las hojas. El corazón también tiene arrugas, consecuencia tal vez, de los desencantos sufridos. Inútil querer volver atrás en los sentimientos, los que fueron pasaron y nada tienen que ver con los presentes que pretenden emular a aquellos en un juego idílico, casi onírico, que son nada cuando despiertas.
Un día, queridísimo Elio, voy a estar todo el día en tu ciudad, la voy a recorrer tranquilo. Si puedes acompañarme, mejor. El camino es más grato si lo haces en compañía – que pocos entienden esto – y estoy seguro que podrás hacerme un hueco. Estás licenciado, yo jubilado que viene a ser lo mismo, y salvo que tú también quieras escribir tus memorias o reordenar tus escritos ¿Qué otra cosa tienes que hacer?
Nos vemos pronto