Experiencias

  • Tiempo de lectura:5 minutos de lectura
  • Categoría de la entrada:Recuerdos en la red

Una nueva jornada en Los Bañales con alumnos de la ESO de una localidad cercana al Yacimiento.

Una rapidísima visita hoy, sólo ha podido ser de 90 minutos lo cual ha constituido un reto de sintetización, dado que una visita ordinaría supera, generalmente, las dos horas y media.

Debo confesar que, una vez más, me ha venido a la cabeza Quintiliano cuando nos habla sobre el comportamiento de los pedagogos, de los maestros, respecto a los alumnos. El nos viene a decir que debemos adecuar nuestras enseñanzas a las capacidades personales del alumno sin prejuzgar de antemano y dejando que cada uno asimile lo que puede asimilar, sin necesidad de forzarle a objetivos que, tal vez, pueden no coincidir con los deseos del alumno a causa de los métodos estadísticos del momento.

Con respecto a esto me viene a la memoria una experiencia vivida en mi tiempo de profesor. Mis materias eran “marías”: Religión, ética en el caso de alumnos mayores, dibujo, plástica… “artes” más reconocidas en el Renacimiento que en nuestros días.

En una reunión propia del tiempo de exámenes, la debida evaluación de trabajos y disposición de un alumno – en aquél centro de enseñanza, pionero en muchas prácticas pedagógicas – se valoraba integralmente y no sólo por materias medibles con una nota: El ser humano no está disociado de su realidad espiritual, que no necesariamente pasa por ser más o menos creyente en una religión.

Es el caso que en llegando a un alumno determinado, todo el profesorado a excepción de su tutor, se inclinó por el temido suspenso en la materia: Matemáticas. Una evaluación completa de su expediente académico mostraba una evolución positiva en dicha materia pues había empezado a responder a problemas de lógica que hasta entonces le eran insalvables. ¿Qué obró el “milagro”? El profesor de matemáticas que además era su tutor, pudo observar que su alumno tenía nulo interés por saber si una locomotora que sale de Madrid o de Barcelona se encuentra con otra en sentido contrario en determinado punto de la vía. A su alumno le gustaban ¡los caballos! La solución que se planteó el profesor fue, para el caso de éste alumno, cambiar locomotoras por caballos y el muchacho comenzó una remontada que ni en el Grand Prix se conocía. ¿Resultado? En menos de un trimestre el alumno ocupó el puesto que le correspondía por el conocimiento general que aportaba junto al resto de materias, que era alto.

Otro caso. Más cercano a mis materias lectivas. Sucedió con otro alumno de claras carencias motrices en las extremidades. Hasta los padres se habían rendido a la evidencia y pedían del profesor nota ajustada a la imposibilidad del hijo que no podía dibujar… pero si podía escribir. Pedían que “no se engañara al hijo con una nota que no respondía a su realidad, pues “no sabía dibujar”. El profesor, sin tirar la toalla, le pedía al alumno que describiera la solución a los problemas de trazado que se planteaban en las pruebas de evaluación. Y se constató que “sabía” dibujar sin necesidad de hacer un sólo trazo. Luego la nota, era justa.

¿A que viene la perorata? A algo tan sencillo como que, en no pocas ocasiones, desoyendo a Quintiliano, planteamos objetivos a los alumnos de acuerdo con estadísticas de progreso-proceso cognitivo, olvidándonos que tras un cuerpo se esconde una parte espiritual que complementa al ser humano en su esencia y colgamos “sambenitos” donde deberíamos escribir nuestros fracasos como docentes o, si queréis mejor, como sociedad.

Días intensos de visitas en Los Bañales. No llevo la cuenta. Sólo recuerdo jóvenes y adolescentes muy vitales que nos visitan y de los cuales, de vez en cuando, salen perlas que expongo en el apartado de Anecdotario de éste Blog, haciendo que cada día, con cada visita, ellos, los alumnos que vienen a aprender la vida en la Antigua Roma a través de los vestigios que el yacimiento nos muestra, ellos, insisto, los alumnos, nos dejan grandes enseñanzas.