“La mentira gana partidas, pero la verdad gana el juego”, Sócrates
Querido Elio Galo*,
Durante un tiempo he tenido en ti a un amigo con quien poder comentar aquellas reflexiones que, a mi entender, ayudaron a serenar mi espíritu en el momento de expresarlas, con la clara convicción de que a quien las leyera le fueran útiles. Por eso creé nuestro Blog “mododever.com” con nuestro epistolario.
A decir verdad, no parece haber sido muy provechoso si tenemos en cuenta las reseñas de visitantes. Tú has soportado mis monólogos y pocos han respondido a los mismos. Tal vez han leído nuestra correspondencia en algún momento, pero no lo han manifestado. Sea como fuere, creo que ha llegado el momento de despedirnos.
Han sido muchas las visitas que he realizado a tu ciudad. Los últimos días fueron muy bien acompañado y tuve grandes experiencias que echaré en falta cuando, definitivamente, deje de ir a verte. Nunca tuve tiempo para parar un momento y pasar por tu casa para conversar. Lo siento.
Prometí tantas veces que te escribiría que me avergüenza ver cómo pasaba el tiempo y no lo hacía, pero ya llegó el momento y hoy te envío lo que comencé a poner sobre papel con la intención de hacértelo llegar un día. Los míos transcurren muy iguales a los tuyos. Ya sé que han pasado dos mil años desde que llegaste a éstas tierras, te buscaste un lugar con buenas vistas al valle que nadie te oculta. No es mi caso. A pesar de estar por encima de otras construcciones, la modernidad con sus cables y generadores me ensucian la vista del “Mons Chaunus”, nuestro Moncayo, tan emblemático y cargado de leyendas siempre. Es el precio que hay que pagar por haber avanzado tanto en tecnologías “liberadoras” para el hombre… a costa de perder la belleza de lo que nos rodea.
El motivo para no escribirte no sé si me disculpa. Yo te lo expongo y cuento con tu benevolencia en el juicio. Sucedió hace un año, tal vez vaya para dos, cuando se trata de vivencias negativas pierdo la noción del tiempo ¡Tan rápido quiero que se diluyan en mí memoria!
No sé si llegue a comentarte alguna vez que me había enamorado. Ya ves, a mi edad. Pues sí y lo hice con todas las consecuencias. Se trataba de tener a quien amar sin esperar nada a cambio, olvidando que hoy todo se mercantiliza y mi idea del amor tiende a desaparecer, a decir de los jóvenes. El individualismo, con su carga de hedonismo, se impone sobre toda idea de servicio, de entrega.
En mis reproches, aunque no me arrepiento de ello, el primero que aparece es el que me enamorara. Nunca debí hacerlo. Hay una edad para cada cosa, se dice hoy en día. Bien sé que no es verdad, que el amor forma parte del ideal que todo hombre se forja, independientemente del tiempo que cargue a sus espaldas. También eso se ha perdido: tener ideales. Hoy mandan las ideologías, tan preñadas de egoísmos y falsas verdades.
El caso es que aquello que apareció de nuevo en mi vida duró poco, el tiempo suficiente para saber que era posible. Cuando escuché su NO, algo se rompió dentro de mí y cerró de un portazo la puerta que había dispuesto para la entrega. Y se hizo el silencio para todo que supusiera una relación social. Dejé de creer.
Sé que vivo porque respiro y hago planes (a muy corto plazo, es verdad), pero la vida que aporta ilusión y esperanza, esa, se va diluyendo día a día haciendo que el futuro se acelere y no recuerde el tiempo pasado que tanto tuvo de grato. Han aparecido arrugas en mi piel y desencanto en mi corazón generando heridas que se niegan a curar. Si fuera posible, yo diría que me duele el alma, pero ella refleja sólo el sentir del momento. Es… como si de pronto me hubiera hecho “mayor” y todo mi afán es cerrar temas abiertos mientras espero lo inevitable.
La sociedad, que tanto “nos quiere”, piensa que los mayores sólo debemos descansar. Es como si se diera por hecho que los sentimientos, las ilusiones y proyectos nos van abandonando, incluida la capacidad de comprender, relegando el amor a lo filial. No se nos perdona la tristeza. Se nos quiere con sonrisa estereotipada.
No sé tú, pero yo veo que los jóvenes viven su momento de gloria (nosotros lo vivimos) y así pasamos, como todo ser humano, naciendo desvalidos y creciendo acompañados mientras se nos cae el plumón y nos vamos creyendo dioses, elevados sobre nuestro engreimiento, sin valorar lo pasajero del momento.
Y llega el día en que se inicia el descenso. Nuestras plumas, cargadas de experiencia, ya no son capaces de mantenernos en el aire y se vuelven lastre que nos acerca de nuevo a la tierra desde la que nos elevamos un día. Es una realidad previsible, que no quisimos ver, en la que hoy estamos.
Pronto iré a visitarte, lo prometo. Pasaré un tiempo contigo en tu casa y podremos hablar y comprobar cómo la deriva de mi sociedad, tiene todos los visos de acabar como la tuya se transformó un día.
A las muchas personas que me han acompañado en los últimos tiempos durante las visitas a tu ciudad de Los Bañales (mi querida Terracha), siempre les he recomendado que lean la Historia, que aprendan a interpretar las piedras que constituyeron los cimientos de una ciudad próspera como fue la tuya en tu tiempo. Por mi parte he tratado de convencerles de que “todo tiempo pasado fue igual” porque el ser humano sigue siendo tan bondadoso o tan canalla (me lo dijo una niña de doce años) como lo fue el primero que se puso de pie. ¡Cuánto he aprendido de los niños!
Mi querido amigo, es posible que todo no sea perdido, por eso, como sé que las palabras se las lleva el viento, también sé que lo escrito permanece. Quién y cuándo se leerá ya no es cosa nuestra. Quien vea ésos escritos sabrá, por ellos, que un día fuimos vida.
Y nuestras acciones darán cuenta.
Un abrazo y hasta siempre
Tu amigo, siempre, Joaquín
*Elio Galo, Prefecto de Egipto entre los años 26 al 24 a. C., durante el gobierno de Augusto y que el autor sitúa viviendo su vejez en una ciudad del Imperio: Los Bañales, en las Cinco Villas aragonesas.