Lo escribí hace un tiempo a un amigo común y lo rescato eliminando nombres propios que podrían ofender toda vez que no los halago como ellos querrían. Son políticos y gustan del boato del cargo.
Como en España, que hay dos decía el poeta, en las personas parece que también hay dos, ambas transforman pero mientras una destruye, la otra construye y entre ambas siempre está una tercera: la que observa y hace lo que puede.
He estado casi cinco días en la montaña, no en la mía, la sobrarbense, sino en la popular jacetana, ambas con pasado romano aglutinador, la primera abandonada a su suerte durante muchos años y la segunda desarrollada hacia el consumismo que la agosta. Para vivir, de modo consciente me refiero, siempre falta vida, un tiempo en el que viajas entre idas y venidas a tu interior aunque eso suponga ser tildado de romántico y poco aprovechador de oportunidades que te relegan a la cuneta en la que quedan los que no han triunfado, entendiendo por triunfo en no pocas ocasiones el autoensalzamiento que permite figurar en la galería donde se muestran los dioses que, en el fondo, inconscientemente, se aspira a ser.
La mayoría de edad, suena mejor que la tercera o que la ancianidad tan denostada por clásicos y triunfadores modernos, te permite aguzar el sentido del oído, el primero que se desarrolla y el último que se pierde, a decir de quienes entienden de ello. Así, cuando se dice que los abuelos pueden enseñar mucho a sus nietos, creo que todos vemos que los nietos te enseñan mucho más y lo hacen “obligándote” a pensar, a hablar más conscientemente, sosegado y reflexivo: el niño pide respuesta sencillas a temas importantes que los adultos eluden – ¡lo he visto tantas veces! – con una sonrisa de superioridad que al niño le hace derivar su ansia de aprender hacia modos más autodidactas y carentes de orientación.
Dos cuestiones me planteó mi nieto – siete años – durante el viaje y los momentos en que, interviniendo en las conversaciones de los adultos, manifestaba su preocupación por “cosas” trascendentes: Dios, la muerte… y el dolor asociado a ella.
Cuando hizo su primera reflexión sobre Dios, yo hablaba del endiosamiento que vivimos asemejable al que vivió la Antigua Roma y, por no cargar las tintas sobre los romanos, los griegos y toda cultura antigua: El hombre no comprende muchas cosas y poderes naturales y endiosa su desconocimiento.
Mi nieto, a la vista de una naturaleza tan hermosa como la que disfrutamos en la Selva de Oza, comenzó una retahíla de preguntas: ¿Hay un dios de los árboles, hay un dios del agua, hay un dios de las cucharas, hay un dios de los lápices, de las piedras, de los pájaros…? No, no, nosotros creemos que hay uno solo que cuida de todo, le contesté tratando de frenar tanta pregunta cómo surgía de pronto. Calló y, tras un silencio, concluyó: Ya, es un dios que sirve para todo desde siempre, antes que nosotros.
Si no recibe enseñanza religiosa ¿Cómo concluye así?
-Pregunta a tu yayo, le dijo mi interlocutora.
Y aquí llega, no me digas cómo empezó la conversación, la segunda cuestión: la muerte. Tal vez debió de ser que cité en varias ocasiones a “el tío Quino” del que se sabe que está en el cielo, con la yaya Mari, con el yayo … esperándonos.
En un momento del viaje en que andábamos a vueltas de las cosas del día a día y nuestras preocupaciones, el niño, dirigiéndose a mí, me dice: Yayo, a mi sólo me preocupa una cosa, ¿Sientes dolor cuando te mueres? Porque a mi lo que no me gusta es el dolor.
¿Cómo se explica a un niño de siete años recién cumplidos, el dolor que se siente al morir, si es que se siente dolor, cuando no frustración, alegría, paz, o desesperación, principio de un cielo o un infierno ya en la tierra antes de abandonarla?
En mi búsqueda de paralelismos, quiero encontrar textos en los que se muestre cómo se educaba a la infancia en la antigua Roma sobre las deidades y poder reflexionar, contigo Elio, sobre ello.
Estoy aterrizando del viaje, unas mini vacaciones que acompañé con libros y escritos míos para ordenarlos en los momentos que me quedaran libres, pero que no desembale porque esos tiempos eran nulos: Tanta actividad demandan dos niños que tienen unos ojos tan abiertos a la vida que pides que no los cierren con la madurez y puedan seguir creciendo en sabiduría.
Si ha esto tan íntimo que he vivido éstos días pasados, le sumamos el sueño de hoy en el que a falta de mejor embajador, me llaman de instancias internacionales para que medie como embajador español ante EE UU para reafirmar la cultura de Occidente sobre la anglosajona que nos llega deformada del otro lado del océano, pues … ya me dirás ¡Cómo está el cerebro, por Dios!
Imagina la escena, Elio, porque es de risa… o no: La embajadora norteamericana, oronda donde las haya, elegante, eso sí, me recibe a mí, que me han rescatado de vacaciones, con chanclas, totalmente de sport (recuerdo cuando un político local me dijo que alguien que aspira a dedicarse a la política, con sandalias no podía aspirar a representar a “su gente”, yo aspiraba a a representar a mi gente y llevaba sandalias, suelo llevar sandalias) y a mi lado un político español de primer orden, que me presenta y observa con ojos como platos el modo en que conversamos “semejantes autoridades” y cómo oso replicar a quien ostenta el poder mundial, invitándole a reconsiderar su formación personal y su sociedad en base a lo transmitido por los clásicos, recordándole que la democracia que hizo de Grecia un Estado tan peculiar, también encontró detractores que vieron en ella deformaciones que hacían a los hombres menos libres de lo soñado.
Y me desperté.