Leer

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Entre los varios quehaceres que me he impuesto, Querido y paciente amigo Elio Galo, está el que no pase un solo día sin leer. Es como una rutina de ejercicio mental que me ayuda a agarrarme a la vida y me hace olvidar la prisa que me circunda, tan contraria a lo que demanda mi espíritu, o la biología, para el pragmático

No falta en mis días un pensamiento nostálgico hacia un tiempo en el que mi hijo y yo éramos recibidos en una estancia repleta de libros, con grandes ventanales a una preciosa plaza pirenaica, a un entorno en el que la belleza lo invadía todo y te llevaba a un estado de serenidad que sólo la naturaleza te puede favorecer. Esos tiempos, esas visitas, me hicieron amar no sólo la contemplación de la vida cíclica de los tiempos, sino al ser humano a través de las muestras de capacitación y crecimiento que viene por el servicio, la disciplina, el cariño y respeto a la tierra. Su espiritualidad, en ocasiones mezcla de esperanza y de pragmatismo, les dotaba de un modelo de vida que las grandes ciudades, lo que se da en considerar “lugares desarrollados”, no dejan tiempo para modelar.

Sigo, lentamente, leyendo la “Historia social de Roma” que un día escribiera Géza Alföldy. Como le decía a un amigo, cada frase merece la pena ser releída una y otra vez porque cada frase es una invitación a compartir el escenario de la vida romana de la antigüedad y, con ojos de hoy, observar el gran parecido existente con nuestro quehacer diario.

Otro libro que ocupa mi atención en éste momento es “El infinito en un junco” y de él extraigo éste pasaje que trascribo. Escribe la autora, Irene Vallejo: “En todas las sociedades que utilizan la escritura, aprender a leer tiene algo de rito iniciático. Los niños saben que están más cerca de los mayores cuando son capaces de entender las letras (…) ¿Quién iba a sospechar que el mundo entero estaba engalanado con cadenetas de letras, como una gran verbena?”. Más gráfica si cabe es la emoción que manifiesta un niño al tomar sopa de letras y tratar de componer en el borde del plato una palabra, rebuscando entre el mar de signos con la cuchara.

Recientemente participé en una “Semana Literaria” que organizaba un colegio. El público al que me tuve que dirigir era pequeño, muy pequeño, de jardín de infancia (3, 4 y 5 años). El tema sugerido era ”Roma”. Lo que en un principio se había organizado por mi parte como un monográfico exponiendo la vida de los niños en aquél tiempo, al saber la edad de quienes me iban a escuchar – siempre pensé que serían de 11/12 años – me obligó a, sobre la marcha, cambiar el discurso. Y observé que lo más interesante a ésa edad son los dinosaurios, pero traté de reconducir hacia los niños romanos, sus juegos, sus inquietudes, sus normas…

Contrariamente a lo que cabía esperar, las caras de los niños hablaban por sí solas y las preguntas – inquietudes más bien – que manifestaban, resultaron ser más que interesantes. Recordaré siempre sus ojos, el interés y asombro que emanaban y lo que parecía que podía ser un fracaso dada la “imposibilidad”, me decían, de que un niño en esas edades mantengan la atención 45 minutos, todos sin excepción, sentados “en asamblea” en el suelo, no sólo la mantuvieron sino que con un orden e interés que para muchos adultos desearía que se cumpliera, formulaban sus preguntas y mantenían un dialogo con el ponente que tiraba por tierra toda teoría estereotipada adulta sobre la inteligencia del niño.

Aún hoy he podido escuchar el juicio de un adulto respecto a la capacidad de los niños para el aprendizaje: Porque no saben expresarse como los adultos, creemos que su inteligencia sufre un retraso que se va eliminando con los años y no nos damos cuenta que su lenguaje es lo único que es diferente y es la inocencia la que articula su pensamiento en una inteligencia que ya poseen.

La tarde – la mañana en infantil fue toda una sorpresa – la dediqué a niños que ya sabían de Roma algo por su plan de estudios. Eran niños de edades entre los 10 y 12 años. Sus preguntas eran más “maduras”, como correspondían a la edad y a ellos les pude pasar una serie de diapositivas que en formato PowerPoint – Toc toc…- una síntesis el undo romano con apuntes dedicados a los niños..

La experiencia es para recordarla mucho tiempo. Han pasado los días y aún puede escucharse el impacto que causó entre los niños, al punto que alguno, esperemos que se cumpla un día, manifiesta que quiere estudiar Historia y “ser arqueólogo”. El camino ya se le ha mostrado.

Es para pensar: Hay mnomentos en que te sientes Maestro: quien “enseña – muestra – caminos”.

Por ello “se recibe el ciento por uno”

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