Una de las anécdotas que suelo contar al comienzo de las visitas al Yacimiento de Los Bañales, tiene relación con algo que sucedió durante una de ellas y cuya protagonista era una niña de doce años.
Suelo decir que hay un momento muy propicio para la confidencia y es durante el recorido que se hace desde las Termas hasta el Acueducto y, generalmente, el regreso del mismo. Para entonces ya han transcurrido más de dos horas y media de trato y se ha ido produciendo una división en el el grupo muy gausiana. Pueden verse los que niños que muestran mínimo interés por la visita y se dedican a “excursionear” de modo intrascendente, otro grupo muy numeroso que mantiene el grupo unido y coherente con el momento y un tercer grupo que se arremolina alrededor del guía con el que mantienen conversación. Es un momento muy familiar.
En aquella ocasión, del grupo de cuatro-seis niños que me seguían de cerca, una niña me habló de sus aspiraciones de estudio: Quería ser Bióloga lo cual no me sorprendió, era muy exigente el reto, pero al parecer lo tenía muy claro y su disposición era muy positiva…hasta que vino a Los Bañales, al menos es lo que me dijo.
-El caso es que, me dijo, después de oirte durante éste rato, me ha entrado la duda y creo que voy a cambiar.
-¿Y eso? ¿A qué quiers cambiar?, pregunté curioso.
-Me he dado cuenta que para estudiar al hombre tengo todo el tiempo del mundo, mientras que conocer la Historia es apasionante porque me permitirá saber más del por qué actúa como lo hace y por tanto podré modificar mi comportamiento mientras formo parte de la misma en un intento de mejora. Yo misma seré Historia. El hombre por el contrario, desde que apareció, siempre ha sido como es y así seguirá siéndolo. Siempre habrá un momento para analizarlo en su forma, composición y comportamiento.
Cuando comencé a guiar visitas se me indicó que a los niños había que hablarles como niños que son y el tiempo me ha demostrado que, al menos a ciertas edades, muestran una madurez que para sí la querrían algunos adultos.