Reflexiones a un gran día en Los Bañales, con visitantes, Ante diem XII Kalendas Septembres

Cualquiera podría pensar, principalmente quien sigue éstos escritos míos, que he disfrutado de un largo periodo de vacaciones o que me he retirado definitivamente a vivir con mi amigo Elio Galo a Los Bañales. En el peor de los casos se puede pensar que he dejado de tener cosas que decir.

Todo es más sencillo. En mi cabeza se agolpan ideas, reflexiones y toda suerte de pensamientos unos muy positivos y otros, tal vez movidos por la prudencia cuando no por la falta de confianza, negativos. Y son éstos últimos los que condicionan mi comunicación.

Puestos a quedarnos en la idea de que el ser humano precisa del silencio para recomponer su status ante sí y ante la sociedad, trato de convencerme de que el silencio de éste momento no resta valor a todo lo hecho y es, simplemente, un momento, un tiempo de descanso para retomar el camino. Ayer estuve de nuevo en Los Bañales, guié una visita a un numeroso grupo de personas en unas condiciones tan extraordinarias por su parte que me llevó a traer a mi memoria comentarios que quieren horadar mis principios creándome inseguridad: La respuesta de las personas que acudieron me crecieron ¡Que buena compañía que tuve!

No he encontrado en mis fuentes de consulta habituales (tal vez no he sabido buscar) estudios o reflexiones sobre la pasión, pasión por hacer cosas, por entregarse, por amar, por defender con vehemencia aquello en lo que crees. Por contra sí que he hallado consideraciones en torno al comportamiento del ser humano cuando actúa por sentimientos en lugar de hacerlo, como la mayoría, por racionalidad.

Así le describía a un amigo (paciente conmigo hasta la saciedad) el gozo extremo que me produjo “…la procesión de vehículos que se produjo en diez minutos” accediendo al yacimiento de la ciudad romana de los Bañales, gozo que crecía cuando de cada vehículo descendían tres/cuatro personas movidas por el mismo interés: Conocer la historia de Los Bañales. Y le recordé a mi amigo una petición que un santo de nuestro tiempo – sí, también hoy hay santos – que nos invitaba a “…amar la vida apasionadamente” o que en otra de sus reflexiones pedía “…libros muchos libros de los que aprender”.

Cuando todo nos invita a razonar, a poner tamaño, límites, incluso al amor, curiosamente a mis manos me vuelven Tagore y su “Gitanjali”, la Ofrenda lírica que leía en mi juventud, o “Donde el corazón te lleve”, de Susana Tamaro, que tanto bien me hizo en un momento de vacío e incomprensión ante una injusticia. Sí, creo que tengo razón cuando le expreso a mi amigo que la actual sociedad rompe los principios de aquellos primeros pobladores que hicieron de la caza y de la recolección su modus vivendi que les movía a crecer en conocimiento, servicio y entrega en una primitiva sociedad que estaba empezando a aprender a vivir como seres humanos.

Le he manifestado a mi amigo que estoy contra estabulamientos convencionales, que prefiero apasionarme y si es preciso después rectificar si mi trayectoria no es la adecuada, a ser frío y metódico lo cual me deshumaniza. La pasión, reflexionaba yo, rompe moldes y configura la Historia personal y global (…) llevándote a manifestar sin vergüenza, siempre con respeto, tu criterios sobre las más variopintas cuestiones de la vida, a hacer proselitismo en favor de la vida y el sentido común que la debe adornar.

Durante las dos horas y media que ha durado la visita a la ciudad, casi tres en realidad, me venían a la cabeza los esfuerzos de Julio César por mantener su criterio respecto a la Roma que soñaba, las acciones de su hijo adoptivo, Octaviano, que conocemos como César Augusto y que dio forma al Imperio y al que todos los sucesivos emperadores quisieron emular mientras ponían su vista en el hijo de Filipo, Alejandro apodado Magno, recordaba a Vitruvio y sus normas arquitectónicas, a Germánico, Calígula, Domiciano… a Marco Aurelio, el emperador filósofo … y los siglos de silencio que siguen a la caída del Imperio que durará hasta el Renacimiento italiano mil años después – Vasari hará un canto extraordinario al “renacer” de las artes recordando a Bruneleschi y su Cristo en su obra “Vidas” – sin ignorar que el silencio que sigue a la caída del Imperio de Occidente se ve nutrido por la aportación que hacen sociedades orientales que, a su vez, se nutren de los clásicos apropiándose y ampliando conocimientos, por ejemplo en medicina, de Hipócrates. Vuelven los clásicos a primer plano. Realmente nunca se fueron.

Una persona que se ha presentado como profesora de Matemáticas – cuantas confidencias surgen en Los Bañales – en actitud jocosa me manifestaba que “… a partir del curso que viene, no se van a enseñar los números romanos”.

Quienes dirigen el mundo del conocimiento en éste momento, deben considerar “demodé” el mundo clásico.

Yo le replicaba a mi vez con la última memez – que no meme – que he leído y que es que, en ciertos idearios políticos se defiende la idea de desmontar los embalses que proporcionan energía realmente sostenible, porque recuerda la obra de un régimen “abominable” que hay que borrar de la memoria colectiva y nos preguntábamos algo que si no se emplea bien suena a demagogia: Si abandonamos el conocimiento del mundo antiguo y el presente lo supeditamos a un libre albedrío irrespetuoso con lo que nos rodea, en un claro manifiesto de individualismo egoísta y soberbio ¿Hay futuro?. Claro que lo habrá, pero ¿Conocerá la justicia?

No me gustan las “manifestaciones” que mueve la razón de unos pocos y que generalmente buscan el beneficio de esos pocos trepas, prefiero la pasíón de quien contra viento y marea, sin complejos, se mueve hacia adelante desde el silencio, que “obras son amores y no buenas razones”. Y si además perdemos el miedo a hablar “contracorriente” ¿No será un modo comenzar a intentar cambiar las cosas a mejor?