Un simple plátano o vivir la Historia apasionadamente

Corría el año 1964 cuando escuché que, al salir de Layana dirección a Uncastillo – de donde era mi novia entonces, esposa cinco años más tarde – se podían ver, mirando hacia la derecha, en el horizonte, recortadas contra el cielo, orgullosas, dos columnas que eran algo así como la entrada a una ciudad romana: Los Bañales. https://es.wikipedia.org/wiki/Los_Ba%C3%B1ales. Aún hoy pueden verse.

Ya con coche propio, años más tarde iría al lugar para ver de cerca esas columnas y, de paso, subir al monte El Pueyo donde unas vetustas piedras – como citara J.B. Labaña en su Memoria de trabajo en 1610 – me hacían imaginar los restos de una extensa ciudad repartida por la ladera del el monte donde me hallaba y, aislados, los restos de una casa.

Acueducto de Los Bañales

Más cosas se distinguían en aquél valle, entre ellas unos menhires, el Huso y la Rueca, me dijeron que los llamaban las personas del lugar y en la lejanía, hacia el este, una hilera de pilares desarbolados: el acueducto.

Poco más me explicaron. Mi cabeza ya acostumbrada a la visión espacial como consecuencia de mi profesión, quiso adivinar bajo mis pies, viviendas, espacios ordenados a saber con qué uso o finalidad, muy desordenados no obstante. Me dijeron que esos espacios habían sido explotados en agricultura hasta tiempo reciente en que la industrialización de la gran ciudad, Caesaraugusta, Zaragoza, había atraído a numerosa población de la zona que, bajo mínimos de subsistencia, se vieron atraídos por un salario asegurado y una estabilidad familiar que su tierra les negaba.

Más veces acudí al lugar, de hecho cada vez que me acercaba a Uncastillo no dejaba de entrar en Los Bañales de donde guardo gratas fotografías de mis hijos mayores, con siete años y menos, jugando al balón en la explanada de El Pueyo, en lo más alto.

No sería hasta muchos años después, al inicio de la campaña de excavaciones que todavía sigue, sería en torno al año 2008, que no volvía a saber más de la ignota ciudad, pero el anuncio de una conferencia en la sede de la Fundación Uncastillo nos atrajo a mi hijo mayor y a mí, teniendo ocasión de poder saludar personalmente al conferenciante -un joven Javier Andreu Pintado – que, entusiasmado, exponía a los uncastilleros, el potencial de su yacimiento. Tal fue el impacto que recibimos que le hicimos entrega de un trabajo fotográfico que la Diputación Provincial de Zaragoza había rechazado. El entonces Jefe de Gabinete el Presidente, consideró que no merecía la pena distraer labores de gobierno con una fotografía, espectacular, la primera tal vez, que se hacía del yacimiento: 360 grados de ciudad condensados en 5 metros de longitud de fotografía.

A partir de ése momento el acercamiento a los restos de la ciudad se hizo más acentuado, colaborando incluso mi hijo y yo en las labores de recuperación del espacio de El Pueyo que ya presentaba signos de abandono desde la década de los años 40, finales, cuando José Galiay hizo sus estudios del espacio, excavando en base a la Memoria que el citado JB Labaña dejara escrito en su trabajo “Itinerario del Reino de Aragón”

En la actualidad sigo colaborando en la difusión del yacimiento y su historia mediante la guía a personas que visitan tan antiguos restos. Colegios y personas que se interesan por libre por la Historia de la ciudad son atendidos en número creciente cada año, aprendiendo a escuchar lo que las piedras nos dicen, surgiendo anécdotas dignas de ser contadas.

Una de ésas anécdotas bien pudiera figurar en el apartado del blog mododever. com dedicado a ellas y los niños, pero creo que esta merece tratamiento aparte y así lo hago incorporándola a “Los Bañales y yo”, dentro del mismo Blog.

Sucedió durante la visita de ayer que nos vino a ver un Instituto – 37 niños – de una localidad cercana. Por la hora en que se suelen hacer las visitas, no son pocos los niños que almuerzan durante la misma. Yo les había advertido que dadas las altas temperaturas y el sol inmisericorde que íbamos a padecer, no dejaran de beber agua, incluso que no dudaran en refrescarse la nuca para evitar golpes de calor. Y para hacer más gráfico los efectos de una imprevisión, les conté lo que me había sucedido días antes durante otra visita: Metido en la exposición de los espacios olvidé tan importante regla, hidratarse, y me sobrevino una deshidratación que aún me tiene ocupado y preocupado ordenando mi organismo.

Estábamos en las Termas de la ciudad, en el Hypocausto, y viendo un niño que mientras ellos tomaban su almuerzo, el mío consistía en agua y un par de galletas María, sólido que le debió parecer poco para un adulto, y levantando la voz me dijo: ¿Quieres un plátano? A mí con el bocadillo me basta.

Querido Elio Galo que sé que me observas desde tu hoy derruida casa en Los Bañales ¿No te parece maravilloso? Ha bastado una hora de visita para me cojan lo niños confianza y, desaparecidas las distancias que la edad marca, uno de ellos me ofrezca parte de su almuerzo.

Hay aspectos que se viven durante las visitas guiadas que las hacen importantes y, si además se trata de gestos de niños, la importancia crece de modo exponencial.

A aquél niño le agradecí el gesto, faltaba más, era de justicia. Bastó un humilde plátano para saber que merece la pena seguir trabajando para los niños, acercándoles la Historia de modo que adquieran conciencia de que ella, la HISTORIA, merece un gran respeto teniéndola presente en nuestros días en que se la quiere “estabular” y dejar morir en una ignominiosa damnatio memorae, cosa que no sucederá, me dice un profesor cuando comentamos las tendencias docentes actuales. Contra los dislates, apostilla, siempre quedará el sentido común del profesor